De nuevo, al albor de la canícula,
la Tierra se sitúa donde estaba
cuando tiró de mi primera baba.
Lucía ayer sin bichos mi matrícula
y, hoy, con treinta y siete de febrícula,
empieza a parecer mi frente lava
y a verse lo que no se divisaba,
o sea, la mitad de la película.
La noche en que mi última molécula
se haya reciclado para sécula
y nadie que conozca siga vivo,
sabré que el rato mereció la pena
si trota aún mi sangre en una vena
y algún androide lee lo que escribo.